El neurosexismo es la afirmación de que existen, desde el nacimiento mismo, diferencias entre los cerebros de las mujeres y los cerebros de los hombres. Estas diferencias serían las responsables de que cada sexo desarrollara naturalmente una personalidad o de que fuera biológicamente más capaz de llevar a cabo ciertas actividades.

Llamamos neurosexismo a aquella corriente que afirma que, por ejemplo, los hombres presentan mejor procesamiento espacial que las mujeres que éstas manifiestan mayores niveles de empatía. Como hemos explicado, todo ello vendría dado de serie, es decir, nacer mujer u hombre determinaría que el cerebro fuera femenino o masculino y, por tanto, que cada persona se comportara de forma natural conforme a los rasgos de la feminidad y de la masculinidad.

Tradicionalmente, el neurosexismo ha basado sus estudios en el ángulo del rostro o de la medida del cerebro de las mujeres. A partir de dichos datos, se determinaba que ellas eran seres biológicamente inferiores y se justificaba, así, la discriminación que éstas han sufrido a lo largo de la historia.

A día de hoy, ya no se afirma que el cerebro de las mujeres albergue niveles de inteligencia menores, pero sí se habla de distintas capacidades entre los sexos. Llevamos décadas arrastrando la creencia de que, por ejemplo, las materias de letras son más asequibles para las mujeres mientras que de las numéricas es mejor que se ocupe un hombre.

A esta corriente de pensamiento avalada por la ciencia es a la que la neurocientífica Cordelia Fine bautizó como neurosexismo. En este sentido, la también neurocientífica Lise Eliot explica: “no hay más diferencias en el cerebro que en los riñones, el hígado o el corazón” y Mara Dierseen puntualiza: “las diferencias anatómicas entre cerebros masculinos y femeninos son mínimas y, además, no son de categoría sino de grado”.

Las predisposiciones genéticas a las que hace referencia el neurosexismo responden a capacidades o gustos creados por el entorno cultural. Si, desde el nacimiento, a un niño se le estimula con juguetes que requieren toda su capacidad motora para interactuar y a una niña con muñecas, será normal que el primero desarrolle habilidades ligadas a un mayor entendimiento del espacio mientras que, la segunda trabaje el mundo de los cuidades y la empatía.

El cerebro es extremadamente maleable y se desarrolla en función de las experiencias que una persona padece a lo largo de su vida, siendo especialmente determinante la etapa infantil: momento en el que se interiorizan los estereotipos por razón de sexo que imperan en nuestra sociedad patriarcal. Los estudios nos revelan que, a la edad de 6 años, las niñas ya se sienten capazmente menos válidas que sus compañeros varones.

Así que no, no nacemos con cerebros rosas o cerebros azules. Es el entorno el que, a través del proceso de socialización diferencial de niñas y niños, pone todo su empeño en crearlos, perpetuando, de esta manera, el machismo y la jerarquía sexual, a través del neurosexismo en la ciencia.

 

BIBLIOGRAFÍA

Fine, Cordelia (2010). Delusions of Gender: How Our Minds, Society, and Neurosexism Create Difference. New York: Norton.

Fine, Cordelia (2008) Will working mothers’ brains explode? The popular new genre of neu-rosexism. En: Neuroethics 1 (1): 69-72.

Eliot, Lise (2009). Pink Brain, Blue Brain: How Small Differences Grow Into Troublesome Gaps. And What We Can Do About It. Boston: HMH Books

Reverter-Bañón, Sonia (2016). Reflexión crítica frente al neurosexismo. En: Pensamiento, vol 73, nº 273. Pags. 959-979.