El abolicionismo y el prohibicionismo son dos posturas que, si bien sirven para abordar la problemática de la prostitución, lo hacen desde ópticas totalmente opuestas. Tanto la una como la otra parten de bases y llevan a cabo acciones enfrentadas, sin embargo, resulta común que la gente confunda o mezcle ambos posicionamientos.
El prohibicionismo recoge la estela de la tradición religiosa, entendiendo que las mujeres son hijas de Eva y, por lo tanto, portadoras de la tentación. Sostiene que se prostituyen desde la baja moralidad que domina su naturaleza y coloca a los hombres en posición de víctimas.
Mientras, el abolicionismo ofrece un análisis de la realidad material, insertando la prostitución dentro de su contexto, esto es, de las estructuras políticas, sociales y económicas que, arrebatadas históricamente por el sexo masculino, han degenerado en una pérdida de poder para las mujeres.
Dicho reparto provoca que los hombres saquen rédito sexual de la clase subordinada.
Así, las mujeres se convierten en un bien con el que traficar y al que explotar y violar por un módico precio. La prostitución es, pues, un brazo más del sistema patriarcal, una manifestación feroz de la desigualdad imperante.
Debido a las razones anteriormente expuestas, el prohibicionismo criminaliza a las mujeres prostituidas. El abolicionismo, por su lado, persigue a los puteros y proxenetas. El prohibicionismo deja en situación de absoluta vulnerabilidad a las mujeres: menospreciadas, rechazadas, humilladas, culpabilizadas, castigadas, presas; el abolicionismo, sin embargo, ofrece asistencia integral, completa, a todas aquellas mujeres víctimas del sistema prostitucional.