Empecemos con un argumento recogido en el Segundo Sexo de Simone de Beauvoir. Obra clave del pensamiento feminista moderno y que nos puede servir de introducción para entender la dicotomía sexo y género:
“Todo el mundo está de acuerdo en reconocer que en la especie humana hay hembras; constituyen, ahora como siempre, aproximadamente la mitad de la humanidad; sin embargo, se nos dice que la “feminidad está en peligro”; nos exhortan “sed mujeres, siempre mujeres, más mujeres”. Por lo tanto, no todo ser humano hembra es necesariamente una mujer, necesita participar de esa realidad misteriosa y amenazada que es la feminidad”.
De Beauvoir establece una dicotomía entre lo que es biológicamente una mujer (hembra humana) y lo que socioculturalmente se considera una mujer bajo el parámetro de la feminidad.
En los años 70 se introduce el término “género” en el feminismo académico como contrapartida al determinismo biológico que consideraba a las mujeres, por naturaleza, inferiores, enfermas, menos capacitadas y, por lo tanto, incapaces de ejercer derechos políticos y sociales. Es decir, se empieza a utilizar “Género” para referirse a esa idea de la feminidad.
Como dice Victoria Sau en 1981
“una forma de poder histórica por parte de los hombres cuyo agente ocasional fue de orden biológico, si bien elevado a la categoría política y económica, es lo que constituye la diferenciación mas allá y a lo que llamamos género”.
A partir de ahí el término empieza a utilizarse como base para el análisis de las relaciones de poder y sumisión, de los condicionantes sociales diferentes, de los papeles y atributos asignados y de la posición social diferente en la que están las mujeres y los hombres, como seres subordinados o seres con poder sobre los principales recursos.
Desde entonces el feminismo, desde la academia y desde el activismo, ha reivindicado la articulación de medidas hacia la abolición de esos condicionantes (género) que perpetúan las relaciones de poder y sumisión, de forma que se establezca una verdadera igualdad entre seres humanos, en los que la categoría sexo (biológica) no sea determinante de las formas de ser, actuar, gustos, intereses, acceso al poder, etc de las personas.
La diferencia entre hombres y mujeres está sustentada en la biología, pero esta no debería ser una categoría relevante en la vida, más allá de determinadas cuestiones que biológicamente pueden suponer algún tipo de diferencia, para conseguir una igualdad real y plena en todos los ámbitos de la vida.
Sin embargo, en la década de los 90 la filósofa estadounidense Judith Butler desarrolla la Teoría Queer que considera que el sexo no es algo biológico y empírico (directamente observable), sino un constructo social. Conceptualiza el género desde la identidad individual que cada persona asume en función de cómo quiere expresar su masculinidad o feminidad o tantas identidades intermedias como pueda idear, asumir y expresar mediante rasgos físicos, expresiones corporales y actitudes.
Así, se convierte al género en un rasgo individual identitario que depende de la expresión estética subjetiva, despojándolo de su naturaleza estructural y de su condición de herramienta para el dominio patriarcal.
¿Qué es sentirse mujer?
La respuesta a esta pregunta no es sencilla, pues no tenemos una base empírica ni filosófica que permita dar una respuesta a la misma. Sin embargo, sí se intenta dar respuesta a la misma desde el género: Sentirse mujer es incorporar aquellas características y modos de comportamiento que socialmente se atribuyen a las mujeres. Es decir, identificarse con esa construcción de género que se ha atribuido a las mujeres, en base a su sexo.
Y aquí es donde comienza el feminismo crítico a mostrar su desacuerdo, ya que tratar de definir o explicar lo que supone ser mujer en base al género es una trampa que posiciona a la base de la opresión, de la que se ha servido el patriarcado y que llamamos género desde los 70, en una categoría superior que define e identifica a las personas.
Porque entender el género como identidad individual, supone dilapidar el carácter emancipatorio del feminismo culpabilizando a la mayoría de las mujeres por aceptar voluntariamente la estructura de dominación que las oprime, es decir el género, es retroceder en la lucha por los derechos de más de la mitad de la población.
Desde el feminismo defendemos es que es la opresión patriarcal, ejercida a través del género, la que discrimina a las mujeres en base a su sexo y la que sanciona a cualquier persona que no cumple los mandatos de género.